domingo, 30 de octubre de 2016

La provolonera: el invento robado que logró ver la luz


La provolonera: el invento robado que logró ver la luz
En 2015, Juan Nin lanzó Laprovo, un recipiente de cerámica anti-adherente para calentar y servir el queso provolone. Pasaron 15 años de luchas contra una empresa que robó su diseño original, un sistema que no tenía herramientas para protegerlo y abogados que le aconsejaban no meterse en pleitos.

publicado en 180.com.uy

En el 2000, el estudiante de Diseño industrial, Juan Nin, creó, como parte de un ejercicio de clase, un producto para calentar y servir más fácilmente el queso provolone. Tres años más tarde, una empresa ceramista patentó ese diseño sin permiso de su creador. Lo que siguió fueron años de intimaciones, patentes y negociaciones para que se le reconociera a su autor lo que le correspondía. Fue una batalla que Nin perdió pero que, considerando lo turbio del recorrido, tuvo un final feliz.
Nin creó la provolonera como parte de un ejercicio de la materia Diseño y creatividad de 2º grado de la carrera de Diseño industrial, los profesores solicitaron al grupo que plantearan soluciones para actividades llevadas a cabo en la mesa que tuvieran alguna dificultad. Este y cada paso del proceso, desde el ejercicio en el 2000 al lanzamiento en 2015, están documentados en el sitio de Laprovo.
Tres años más tarde, el diseño de Nin fue seleccionado por el jurado de “Hecho Acá” para ser parte de su exposición anual, por lo que debió buscar un proveedor para comercializar el producto en la feria. Llevó la provolonera a una empresa, haciendo un encargue para noviembre, fecha de la muestra. Éste no llegó a tiempo, alegando “problemas productivos con la pieza”, según explica Nin en el sitio, por lo que tuvo que presentar la muestra solo con un prototipo.
Sin embargo, Nin contó que durante casi todo 2004, esta empresa continuó presentando excusas para no entregarle el producto. El 25 de octubre, y sin decirle nada a su creador, la empresa ingresó la solicitud de Patente Nº U-4035 bajo el título “Nuevo dispositivo de cocción y servir quesos o alimentos similares”.

(Foto: Laprovo - Juan Nin)
En febrero de 2005, la empresa entregó una fracción del pedido original pero la desconfianza de Nin por algunos aspectos hicieron que el 11 de marzo ingresara su propia solicitud de patente, la Nº U4055. Al día siguiente, en una nota publicada en la revista Paula, uno de los responsables de la empresa se adjudicaba la creación de la provolonera, generando que el 1º de abril, Nin le enviara una intimación legal para recuperar los derechos sobre el producto.
Comienzo de los enfrentamientos
En marzo de 2006, luego que Nin hiciera la solicitud de patente en Argentina, los abogados comienzan a decirle que lo conveniente sería resignar una parte del reclamo.
“Yo estaba totalmente en pro de ir a juicio y demostrar que lo había inventado pero todos los abogados me dijeron que un juicio de ese estilo puede llevar tranquilamente entre siete u ocho años. Incluso cambié dos o tres veces de abogados porque no me conformaba con ese consejo, hasta que tuve que asumir que la realidad era esa”, contó Nin a 180.
La única forma de hacer caer la patente era a través de un pleito legal. La salida a la que se llegó fue una cesión de derechos: que la empresa le pasara a Nin la solicitud de patente U-4035 pagándole una suma “irrisoria”, mientras que la empresa obtenía una licencia para fabricar y vender el producto dentro de Uruguay, debiendo pagarle regalías en caso de exportarla, cosa que nunca ocurrió.
El creador explicó que verificó que existieron embarques cercanos a los 100.000 dólares hacia Argentina, de los que él no cobró nada.
Tiempo y dinero perdido
“No sólo fueron diez años sin cobrar las regalías, fueron los años más jugosos. Al principio fue un boom impresionante, lo ponían en las cabeceras de góndolas, que estaban llenas de provoloneras y de gente comprando. No sé qué volumen se haya vendido pero estimo que perfectamente fueron entre 500.000 y un millón de unidades desde que salió a la venta hasta ahora, sumando las ventas en Uruguay y los exportados. Si se piensa en un dólar de regalía, ya ves lo que me perdí de percibir en diez años”, contó Nin.

(Foto: Laprovo - Juan Nin)
No solo eso, hoy en día, entiende que de haber podido vivir de esas regalías, podría haber ocupado estos años en continuar diseñando cosas. Sin embargo, tuvo que conseguir otro trabajo para subsistir, abandonando el diseño industrial y pasándose al diseño gráfico y la publicidad.
Entiende que en Uruguay el diseño industrial “no es algo que esté demasiado desarrollado”, ya que en otros países se contrata a los diseñadores para las fábricas, lo que aquí sucede en escasas oportunidades. Por ello, entiende que desarrollar un producto es una buena salida para los estudiantes y egresados de la carrera.
Nin también se refirió a la desprotección con la que cuentan los estudiantes de diseño. “La exposición es tremenda. Es lo que tienen las ideas, una vez que las revelaste, están en la calle y si no te protegiste antes, está complicado. El tema es que protegerlas tiene un costo”, explicó.
Agregó que hoy en día, tras la creación de la Cámara de Diseño del Uruguay y la aparición de las redes sociales, los estudiantes tienen un resguardo mayor. La Cámara represente “un lugar a dónde recurrir, un apoyo”, según dijo Nin y las redes hace que las empresas duden mucho más porque saben que están más expuestas a un escrache público.
15 años no es nada
Luego de varios años Nin se encontró en una reunión de sus compañeros de escuela con uno de ellos que es importador. Luego de charlarlo, decidieron crear una marca juntos.
En 2015, 15 años después que la diseñara en una materia de su carrera, la provolonera original salió a la venta, esta vez con el plus de tener el respaldo de su creador.

No hay comentarios:

Publicar un comentario